Remember November 1987
by Daniel Dragomirescu
The 15th of November 1987 marked the fall of the humane mask that the Romanian communist regime had been wearing. Self-legitimated as a political regime of 'popular democracy', yet installed with the help of the Red Army tanks on the 6th of March 1945 and maintained through a combination of populism, rigged elections, state despotism and terrorism, towards the end ofCeaușescu's presidency, Romanian communism was only representative of the dictator and the party nomenclature who enjoyed unlimited privileges. Following the generalized socio-economic crisis, determined by a series ofcatastrophic political decisions, towards the end of the 80s Romania suffered from cold and hunger, just like during the war. Food ratios were re-introduced like at the time Bucharest was being bombed by the Allies, while the shortage of consumer goods, starting with tooth paste, toilet paper or absorbent cotton and ending with the basic necessities (sugar, oil, bread) was widespread in the country.
One waited for whole nights in fronts of the stores for the most trivial things, while the application of the long-promised principle of communist allocation of social welfare, "from each according to his means, to each according to his needs", was being postponed sine die. In railway stations I could see how people rushed towards international trains in order to buy medicine (sulfamethoxazole), cigarettes (Bulgarian BT or the not so good Albanian Gent) or clothes from Polish or East-German tourists. When night fell in the cold seasons (autumn and winter) thousands of villages were left in the dark, on account of the drastic economizing that Ceaușescu's bureaucrats had imposed, whereas goods trains carrying whole grain cars meant for export hurried through railway stations. The situation was not much better in cities and the capital of the country was starting to feel the crisis that got deeper and deeper from one year to the next. The gas pressure was low in the evening, the heat from the radiators and the central heating lasted for a couple of hours in the morning and evening, hot water ran for a few hours at the end of the week (not in every city, though), and saving power meant leaving whole neighbourhoods in the dark. After the winter of 1984-1985, I heard Bucharesters complaining of the freezing cold they had to put up with in their flats, converted into fridges, throughout the winter.
One freezing morning, while queueing for milk, I saw a man collapsing on the pavement, dead. He had had a heart attack – people had had to wait for a long time in the cold, starting with 6 am, until the shop opened, so that they could get a bottle or two of milk or a jar of yoghurt. After the milk was quickly gone, for the rest of the day the shop turned into a kind of museum. The basic food in most shops was frozen ocean fish and Vietnamese shrimps, and instead of real coffee, people could only drink "nechezol", an indistinct mix od dubious substitutes with a brown colour (which was said to have caused countless cases of pancreatic cancer). Nevertheless, the regime claimed to be extremely benevolent towards its citizens and especially towards the workers, whom they claimed to represent like no other regime in history. The cult of Ceaușescu and his illiterate wife, Elena, had become grotesque, and Romanians were forced to applaud and honour the two "beloved children of the people". Some joker launched the joke that Romanians came to resemble the penguins from the North Pole – flapping their wings and feeding on fish. Even the socialist Mitterand, back then the president of France, had to disalign from Ceausescu's regime and limits further contacts with it, in order not to compromise himself.
This was the picture of everyday life in the Socialist Republic of Romania, when, on the 15th of November 1987, the great revolt of the workers from the Red Flag truck factory broke out in Brașov, a historical and beautiful city in the heart of the country. Nobody had expected something of this kind in Ceaușescu'sRomania, where the omnipresent political police (the Securitate), like Stalin's NKVD, had a large number of informants and was rigorously monitoring any hostile attitude or disidence from the line of the communist party and the 'socialist' and 'popular democratic' regime in Bucharest. The great revolt of the workers in Brașov was repressed with an incredible brutality for a state in 20thcentury Europe, and Europe was unable to do anything to prevent it. However, this revolt of the workers managed to unmask the dictatorship in the country. The political regime that had declared itself 'democratic' and 'of the workers' was neither in reality. It worked only for the benefit of the communist nomenclature, whose lifestyle, through its luxury, privileges and arrogance mimicked the lifestyle of some tribal aristocracy from a third world country. The communist totalitarian regime from Ceaușescu's Romania was nothing but a horrible tyranny, through which a minority was imposing its will on the popular majority, who was forced to eat frozen ocean fish, drink cold water (when there was tap water) and repeatedly applaud Ceausescu's endless demagogic speeches, bearing in silence all imaginable deprivations.
English version by Roxana Doncu
Remember noviembrie del 1987
El día 15 de noiembrie del 1987 ha marcado la caída de la careta humanista del régimen comunista de Rumanía. Autolegitimado como un régimen político de “democracia popular” pero instaurado con los tanques del Ejército Rojo el 6 de marzo del 1945 y mantenido por medio de una combinación de populismo, elecciones fraudulentas, despotismo y terrorismo de estado, el comunismo de Rumanía había llegado a finales del reinado de Nicolae Ceausescu no representando más que al dictador y a la nomenclatura de partido, beneficiaria de privilegios ilimitados. Como consecuencia de la crisis económica y social generalizada, determinada por una larga serie de decisiones políticas catastróficas, a finales de los años 80, como en tiempos de guerra, en Rumanía el pueblo padecía frío y hambre. Las tarjetas alimentarias habían sido reintroducidas como en el periodo cuando Bucarest estaba siendo bombardeado por los Aliados, y la penuria de productos básicos, desde la pasta de dientes, el papel higiénico o el algodón medicinal hasta los alimentos indispensables y de primera necesidad (azúcar, aceite, pan) se había apoderado del país.
Se esperaban noches enteras frente a las tiendas por los alimentos más comunes, y la aplicación del prometido principio de repartición comunista del bienestar social, “de cada quien según las posibilidades, a cada quien según las necesidades”, estaba siendo aplazado sine die. Por las estaciones, veíamos como la gente asaltaba los trenes internacionales para comprar de los turistas polacos o alemanes del este medicamentos (biseptol), cigarillos (el BT búlgaro o el Gent albanés de baja calidad) o ropa. Al caer la noche en las temporadas frías (otoño e invierno) miles de pueblos se quedaban a oscuras, a causa de las drásticas economías impuestas por los burócratas de Ceausescu, y por las estaciones pasaban de prisa los trenes mercantiles con vagones de cereales, totalmente destinados a la exportación. La situación no era mucho mejor ni siquiera en las ciudades e incluso la capital del país empezaba a sufrir las consecuencias de la crisis que año tras año se agravaba inexorablemente. La presión del gas bajaba durante la noche, el calor de los radiadores del sistema centralizado no duraba más que unas horas por la mañana y por la noche, el agua caliente corría un par de horas en los fines de la semana (pero no en todas las ciudades), y las economías con la corriente eléctrica dejaban a oscuras barrios enteros. Después del invierno de los años 1984-1985, he escuchado personalmente a algunos bucarestinos mayores quejándose del terrible frío que habían tenido que padecer durante el invierno en sus apartamentos, transformados en neveras.
Una mañana helada de invierno, en una fila por la leche, he visto a un hombre desplomándose en la acera, por culpa de un ataque al corazón causado por las condiciones inhumanas, puesto que la gente tenía que esperar mucho tiempo en frío, desde las seis de la mañana hasta que abrían la tienda, para poder coger una o dos botellas de leche o un tarro de yogur. Después de que se agotaba, rápidamente, el surtido de leche, el resto del día la tienda se volvía algo parecido a un museo. Como alimentos básicos, en la mayoría de las tiendas había pescado oceánico congelado y camarones vietnameses, y en lugar de café verdadero sólo se podía tomar “nechezol”, una mezcla indefinida de sucedáneos dudosos de aspecto marrón (acerca de la que se rumoraba que había provocado muchos casos de cáncer de páncreas). En cambio, el régimen pretendía que es muy humano con los ciudadanos de la patria y sobre todo con la clase obrera, sobre la que decía que la representaba como ningún otro régimen político de la historia. El culto de Ceausescu y de su analfabeta esposa, Elena, superaba los límites del grotesco, y los rumanos se veían obligados a aplaudir y a rendirles homenaje a los dos “queridos hijos del pueblos”. Un bromista había lanzado la anécdota de que los rumanos habían llegado a parecerse a los pingüinos del polo norte – batiendo las alas y alimentándose con pescado. Hasta el socialista Fr. Mitterand, por entonces presidente de Francia, había tenido que deslindarse del régimen de Ceausescu y limitar severamente los contactos con él, para no comprometerse.
Este era el cuadro de la vida cotidiana en la República Socialista Rumanía cuando, el 15 de noviembre del 1987, estalló la gran revuelta de los obreros de la Fábrica de Autocamiones “La Bandera Roja” de Brasov, una ciudad antigua y hermosa ubicada en el centro del país. Nadie esperaba algo así en la Rumanía de Ceausescu, donde la policía política (La Seguridad) omnipresente (como el NKVD de Stalin) trabajaba con un gran número de informantes y vigilaba cuidadosamente cualquier manifestación hóstil o disidencia referente al Partido Comunista y al régimen “socialista” y “demócrata popular” de Bucarest. La gran revuelta de los obreros de Brasov fue reprimida con una brutalidad increíble para un estado de Europa en el siglo XX, y Europa no pudo impedir de ninguna manera la represión, pero esta revuelta obrera tuvo la fuerza de desenmascarar el régimen dictatorial del país. Este régimen político declarado “demócrata” y “obrero” en realidad no era ni demócrata, ni obrero, funcionando para el beneficio de la nomenclatura comunista, cuyo estilo de vida deslumbraba con sus lujos, privilegios y arrogancia tribal de un país tercermundista. El régimen totalitario comunista de Rumanía en la época de Ceausescu no era más que una terrible tiranía, donde una minoría imponía su voluntad frente a la mayoría popular, que tenía que consumir a más no poder pescado oceánico congelado, tomar agua fría (cuando el agua corría del grifo) y aplaudir al infinito los interminables discursos demagógicos de Ceausescu, aguantando en silencio todas las privaciones posibles.
Version español por Monica Dragomirescu
Remember noiembrie 1987
Ziua de 15 noiembrie 1987 a marcat căderea
măştii umaniste a regimului comunist din România. Autolegitimat drept un regim
politic de “democraţie populară”, dar instaurat cu tancurile Armatei Roşii la 6
martie 1945 şi menţinut printr-o combinaţie de populism, alegeri trucate,
despotism şi terorism de stat, comunismul din România ajunsese spre finele
domniei lui Nicolae Ceauşescu să nu îi mai reprezinte decât pe dictator şi
nomenclatura de partid înzestrată cu privilegii nelimitate. Ca urmare a crizei economico-sociale
generalizate, determinate de un şir de decizii politice catastrofale, spre
finele anilor ’80, ca în timp de război, în România se suferea de frig şi de
foame. Cartelele alimentare au fost reintroduse ca în anii când Bucureştiul era
bombardat de Aliaţi, iar penuria de produse de larg consum, de la pasta de
dinţi, hârtia igienică ori vata medicinală la alimentele de bază şi de primă
necesitate (zahăr, ulei, pâine) a cuprins întreaga ţară.
Pentru cele mai banale
alimente, se aştepta nopţi întregi în faţa magazinelor, iar aplicarea
promisului principiu de repartiţie comunistă a bunăstării sociale, “de la fiecare după posibilităţi, fiecăruia
după nevoi”, era amânat sine die. Prin gări, vedeam cum oamenii luau cu asalt
trenurile internaţionale, ca să cumpere de la turiştii polonezi sau est-germani
medicamente (biseptol), ţigări (BT-ul bulgar sau mai prostul Gent albanez) sau
îmbrăcăminte. La lăsarea întunericului în anotimpurile reci (toamna şi iarna)
mii de sate rămâneau în beznă, din cauza economiilor drastice impuse de
birocraţii lui Ceauşescu, iar prin gări treceau grăbite trenurile de marfă cu
vagoane de cereale, în întregime destinate exportului. Situaţia nu era cu mult
mai bună nici la oraşe şi chiar şi capitala ţării începea să se resimtă tot mai
mult de pe urma crizei care se adâncea inexorabil de la un an la altul.
Presiunea gazului scădea în timpul serii, căldura la calorifere din sistemul
centralizat nu dura decât câteva ore dimineaţa şi seara, apa caldă curgea
câteva ore la sfârşit de săptămână (dar nu în toate oraşele), iar economiile la
curentul electric lăsau în beznă cartiere întregi. După iarna anilor 1984-1985,
am auzit cu urechile mele bucureşteni în vârstă plângându-se de frigul cumplit
pe care fuseseră siliţi să-l îndure peste iarnă în apartamentele lor,
transformate în frigidere.
Într-o dimineaţă geroasă de iarnă, la o coadă pentru
lapte, am văzut un bărbat prăbuşindu-se pe trotuar fără suflare, din cauza unui
atac de cord produs de condiţiile inumane, fiindcă oamenii trebuiau să aştepte
mult timp în ger, de pe la ora şase dimineaţa, până la deschiderea magazinului,
ca să poată apuca o sticlă-două de lapte ori un borcan-două de iaurt. După ce
se epuiza, rapid, stocul de lapte, în restul zilei magazinul devenea un fel de
muzeu. Drept alimente de bază, prin cele mai multe magazine se mai găseau
peştele oceanic congelat şi creveţii vietnamezi, iar în loc de cafea adevărată
se mai putea bea doar “nechezol”, un amestec indefinit de surogate dubioase cu
aspect maroniu (despre care se zicea că provocaseră nenumărate cazuri de cancer
de pancreas). În schimb, regimul pretindea că este extrem de uman cu cetăţenii
patriei şi mai ales cu clasa muncitoare, pe care zicea că o reprezintă ca nici
un alt regim politic din istorie. Cultul lui Ceauşescu şi al soţiei sale
analfabete, Elena, friza culmile grotescului, iar românii erau obligaţi să
aplaude şi să îi omagieze pe cei doi “iubiţi fii ai poporului”. Un glumeţ a
lansat anecdota că românii ajunseseră să semene cu pinguinii de la polul nord –
să bată din aripi şi să se hrănească cu peşte. Până şi socialistul Fr.
Mitterand, pe atunci preşedinte al Franţei, a trebuit să se delimiteze de
regimul lui Ceauşescu şi să limiteze sever contactele cu el, ca să nu se
compromită.
Acesta era tabloul vieţii cotidiene din
Republica Socialistă România când, la 15 noiembrie 1987, a izbucnit marea
revoltă a muncitorilor de la Uzinele de Autocamioane “Steagul Roşu” din Braşov,
un vechi şi frumos oraş situat în centrul ţării. Nimeni nu se aştepta la aşa
ceva în România lui Ceauşescu, unde poliţia politică (Securitatea) omniprezentă
(precum NKVD-ul lui Stalin) lucra cu un mare număr de informatori şi
supraveghea cu străşnicie orice manifestare ostilă sau dizidenţă la adresa
Partidului Comunist şi a regimului “socialist” şi “democrat popular” de la
Bucureşti. Marea revoltă a muncitorilor de la Braşov a fost reprimată cu o
brutalitate incredibilă pentru un stat din Europa secolului XX, iar Europa nu a
putut cu nimic să o împiedice, dar această revoltă muncitorească a avut în
schimb forţa de a demasca regimul de dictatură din ţară. Acest regim politic
declarat “democrat” şi “muncitoresc” nu era în realitate nici democrat şi nici
muncitoresc, el funcţionând spre beneficiul nomenclaturii comuniste, al cărei
stil de viaţă friza prin lux, privilegii şi aroganţă stilul de viaţă al unei
aristocraţii tribale dintr-o ţară a lumii a treia. Regimul totalitar comunist
din România în epoca lui Ceauşescu nu era decât o teribilă tiranie, prin care o
minoritate îşi impunea voinţa în faţa majorităţii populare, care trebuia să
consume cât mai mult peşte oceanic congelat, să bea apă rece (când apa curgea
la robinet) şi să aplaude la nesfârşit nesfârşitele discursuri demagogice ale
lui Ceauşescu, suportând în tăcere toate lipsurile posibile.
Remember Novembre
1987
Le 15 novembre 1987 a marqué la
chute du masque humaniste du régime communiste de Roumanie. Auto-légitimé comme
un régime politique de “démocratie populaire”, mais imposé par les tanks de
l’Armée Rouge le 6 mars 1945 et maintenu par une combinaison de populisme,
d'élections truquées, de despotisme et terrorisme d’État, le communisme de
Roumanie a abouti vers la fin du règne de Nicolae Ceauşescu en une situation de
ne plus représenter que le dictateur et la nomenklatura du Parti, douée de
privilèges sans limites. Suite a la crise socio-économique généralisée, à cause
d’une série de décisions politiques catastrophiques, vers la fin des années 80,
comme en pleine guerre, la Roumanie souffrait du froid et de faim. Les tickets
concernant les aliments rationnés avaient été réintroduits comme à l’époque où
Bucarest était bombardée tristement par les Alliés, et la pénurie de produits
de consommation courante, comme la pâte dentifrice, le papier hygiénique ou la
ouate médicinale ou bien les aliments de première nécessité (le sucre, l’huile,
le pain) avait plongé en un marasme terrible le pays tout entier.
Concernant
les aliments les plus banals, on attendait des nuits entières devant les
magasins, quant a l’application du principe communiste de répartition du
bien-être social – “A chacun selon ses nécessités, à chacun selon ses besoins”
– et tout se trouvait ajourné ad vitam aeternam. Dans les
gares, je voyais comment les gens prenaient d’assaut les trains internationaux,
pour acheter à des touristes polonais ou est-allemands des médicaments (comme
du biseptol pour le rhume, très répandu à cause du froid des maisons, pendant
l’hiver), des cigarettes (le fameux BT bulgare ou le moins bon “Gent” albanais)
ou des vêtements. À la tombée de la nuit, pendant les saisons froides (l’automne, l’hiver)
des milliers de villages demeuraient dans les ténèbres, à cause des sévères
économies d’électricité imposées par les bureaucrates de Ceauşescu, tandis que,
par les gares, s'enfuyaient de longs trains de marchandises traînant des wagons
de céréales, entièrement destinés à l’exportation. La situation ne
s'avérait pas vraiment meilleure dans les villes, ni même à Bucarest,
connue jadis glorieusement comme “Le Petit Paris”, et où commençait à se
ressentir toujours plus la crise qui s’approfondissait inexorablement
d’une année à l’autre. La pression du gaz baissait pendant le soir,
les bouteilles de gaz demeuraient presque introuvables, la chaleur
des calorifères distribuée par le système centralisé d’État ne durait que
quelques heures, les matins et les soirs, l’eau chaude coulait seulement
quelques instants en fin de semaine (mais pas dans toutes les villes), et
leséconomies de courant électrique laissaient dans l'obscurité des
quartiers entiers. Après l’hiver des années 1984-1985, j’ai entendu de mes
propres oreilles des Bucarestois âgés se plaindre du froid terrible
qu’ils étaient obligés de supporter dans leur appartement
transformé en véritable frigidaire. En apprenant cette situation, on dit
que Elena Ceauşescu aurait répliqué: “Ils n’ont qu’à rajouter une couche à
leurs vêtements !”
Un matin très froid d’hiver,
tout en faisant la queue pour obtenir du lait, je vis un homme s’effondrer
sur le trottoir, atteint de crise cardiaque, provoquée probablement par
des conditions inhumaines d'existence (et même de velléité de survie), parce
que les gens devaient attendre des heures, pétrifiés de froid en une
température glaciale, depuis six heures du matin jusqu'à l’ouverture
du magasin, pour pouvoir prétendre obtenir une ou deux bouteilles de lait ou
encore un ou deux verres de yaourt. Après que la marchandise se fut épuisée
(très vite), le magasin devenait une sorte de musée. Comme aliments de base,
dans la plupart des magasins, on trouvait encore du poisson océanique congelé et
des crevettes vietnamiennes et, en remplacement du vrai café, on
pouvait seulement boire du “nechezol”, un mélange indéfini de particules
douteuses à l’aspect marron (au sujet desquelles on affirmait qu'elles
avaient provoqué de nombreux cas de cancer du pancréas). En échange,
le régime se prétendait très humain envers ses citoyens et en particulier
envers la classe ouvrière, qu’il prétendait représenter comme aucun autre
régime politique précédent. Le culte de Ceauşescu et de sa femme illettrée,
Elena, frisait les sommets du grotesque, et les Roumains se
trouvaient obligés d’applaudir et de rendre d'infinis hommages à ces
deux-là, “les fils du peuple les plus aimés”. Un type, amateur de plaisanteries
ironiques, avait lancé une anecdote (“banc”), en affirmant, ou se rendant
hélas compte, que les Roumains commençaient de ressembler à des pingouins
du Pôle Nord – s'ébattant de leurs bras comme des ailes, pour se réchauffer, et
en se nourrissant péniblement et succinctement, avec du poisson. Même le socialiste François.
Mitterrand, à l’époque Président de la France, dut se délimiter du
Régime de Ceauşescu et de ses contacts avec lui, pour ne pas se compromettre.
Ainsi s'avérait le
tableau de la vie quotidienne dans la République Socialiste de Roumanie quand,
le 15 novembre 1987, éclata la grande révolte des ouvriers des Usines
d’Autos et de Camions “Steagul Roşu” de Braşov, une ancienne et belle ville du
sud de la Transylvanie, située juste au centre du pays. Personne ne
s’attendait à une pareille émeute dans la Roumanie de Ceauşescu, où la
police politique (la Securitatea) omniprésente (tel le NKVD de Staline)
déployait ses activités à l’aide d’un grand nombre d’informateurs (
raison pour laquelle elle était, de manière euphémique, surnommée “La
Coopérative de l’Oeil et du Tympan”) et surveillait avec grande attention toute
manifestation hostile ou formation de dissidence contre le Parti Communiste et
le Régime “socialiste” revêtu de “Démocratie Populaire”. La grande révolte des
ouvriers de Braşov fut réprimée avec une férocité incroyable pour un État
de l’Europe de la fin du XXème siècle, tandis que cette Europe ne faisait rien
pour empêcher cette répression, cependant cette révolte ouvrière eut pourtant
la force d’arracher le masque du visage du régime totalitaire communiste de ce
pays. Ce Régime auto-déclaré, avec suffisance, “démocratique” et “ouvrier”
n’était en réalité ni démocratique ni ouvrier, car fonctionnant
uniquement au bénéfice de la nomenclature communiste, dont les styles de vie
frisaient par leur luxe, leurs privilèges et leur arrogance, bien plutôt le
style de vie d’une aristocratie tribale, abusant et soutirant toute
richesse, d’un pays du tiers monde.
Le régime totalitaire
communiste de la Roumanie de l’époque de Ceauşescu ne fut que terrible
tyrannie, par laquelle une minorité imposait sa volonté face à la majorité
populaire, qui devait consommer du poisson océanique congelé le plus que
possible, boire de l’eau froide (quand l’eau coulait, par chance, des robinets)
et applaudir a l’infini les interminables discours démagogiques de Ceauşescu,
en supportant en silence toutes les privations possibles.
Version française par Noëlle Arnoult
(France)